Miedo. A las 7 de la mañana la radio comenzó a tronar las malas nuevas en La Madrid. La siempre castigada localidad del sur tucumano estaba en alerta máxima ante la inminente crecida del río Marapa que -decían los funcionarios a través de los medios- podría arrasar con el pueblo, las casas y sus pertenencias. El mensaje era contundente: pedían a los pobladores que comenzaran a armar las valijas, que elevaran lo que más pudieran sus cosas, que estuvieran listos para una posible evacuación total de los casi 3.000 vecinos. Decían, además, que la inundación podría ser peor que las de 1992 y 2000, cuando La Madrid perdió todo. Ellos, que conocen la bravura del agua, no pusieron resistencia; a las pocas horas La Madrid era el “reino del revés”: en los techos estaban las camas y los abrigos; a la vera de la ruta 157, las heladeras, las cocinas y los televisores.
Acción. Graciela Alderete se desayunó con el temerario mensaje radial. Entonces abandonó los mates y salió a la calle convertida en pregonera, a despertar al barrio con las noticias: estaban a punto de abrir las compuertas del dique Escaba, lo que prácticamente aseguraba un desborde del Marapa. “Esto ya nos ha pasado dos veces, pero entonces no hubo aviso previo: el agua nos tomó por sorpresa y no pudimos salvar nada. Perdimos todo”, recuerda. Al mediodía de ayer, Graciela ya tenía cargada la camioneta con lo indispensable: la ropa que vende en las ferias, ropa para sus cinco hijos y algunos alimentos. No tenía idea de cuál era el plan, pero si venía la crecida, evacuaba a los chicos. Ella se quedaría en casa para evitar robos. Y esperaba, como otros cientos de familias de La Madrid, en una carpa al costado de la ruta que sucediera la tragedia o el milagro.
Recuerdos. A pesar de la amenaza de la naturaleza, de la topadora de agua color chocolate que podría venir, en La Madrid había cierta calma. “Es que esto ya nos ha pasado”, insistían los vecinos. La casa de “Coya” Carrizo se había convertido en el centro de operaciones de un pequeño escuadrón de vecinos y punteros políticos que armaban y repartían bolsas con mercadería y agua para enfrentar la posible evacuación. “Coya” esperaba adentro de su casa, recordando que en 2000 el agua le llevó un hijo adolescente. Y la historia se repetía: a pocas cuadras de ahí, una familia se desarmaba de llanto sobre el cajón de Juan Pablo Juárez, un chico de 15 años que se había metido al río el viernes por la tarde con algunos amigos. Lo encontraron el domingo cerca del dique Frontal, en Las Termas del Río Hondo.
Pánico. Pasaban las horas y La Madrid parecía una feria de muebles usados, con sus dueños instalados en carpas. El sol freía los sesos y la humedad aplastaba los ánimos. Los mosquitos hacían su festival y los vecinos esperaban. “En cierto modo nos sentimos más contenidos, porque hay muchísimos policías, bomberos, personal de Defensa Civil. Hasta el gobernador (José Alperovich) ha venido con otros políticos. Pero tanto despliegue también nos asusta, nos hace pensar que lo que se viene es muy, muy grave”, confiesa Mariela Salazar. Su hermana, Ángela, estaba prendiendo su primer cigarrillo después de cuatro años de haberlo dejado.
Tic-Tac. La hora marcada para el desastre eran las 18. Después, las 20. Más tarde las 23. Los más jóvenes corrían en sus motos hasta el puente para ver qué tanto crecía el río, y volvían con las noticias hasta sus casas. El cauce del Marapa aumentaba conforme el agua de Escaba avanzaba hacia el sudeste de la provincia, pero según información de la Policía, la situación estaba controlada. Al final del día, y después de 12 horas de tensión insoportable, los vecinos de La Madrid pudieron aflojar las mandíbulas. Esta crónica de una inundación anunciada, por fortuna, no alcanzó el peor desenlace.